¿Quién era Kevin Carter?
Kevin Carter, nacido en 1960, sudafricano, de Johannesburgo, activista, padre de una hija… y uno de los reporteros gráficos más reconocidos de la historia. Uno de esos que cambiaron la forma de ver el fotoperiodismo. Uno de esos que planteó un gran dilema en torno a la ética de la profesión.
Carter era un fotógrafo paradójico en muchos aspectos. Si bien el grueso de su trabajo fue en su país natal, la foto que le hizo ganar el Pulitzer en 1994 fue en Sudán… aunque de esto hablaremos más adelante.
Gran parte de sus instantáneas fueron realizadas cubriendo las explosiones de violencia urbana en la periferia subdesarrollada de su ciudad (townships), Johannesburgo, relacionados con el fin del apartheid y la transición hacia una verdadera democracia.

Keystone. 22 de julio de 1976.
Thokoza y Soweto
El apartheid fue el sistema de segregación racial en Sudáfrica y Namibia en vigor desde 1929 hasta los primeros años 1990. En resumen este sistema establecía, por un lado, lugares separados según si eras blanco o negro (habitacionales, de estudio o de recreo); por otro lado, limitaba el derecho a voto únicamente a las personas de raza blanca; y por último, potenciaba la endogamia racial, prohibiendo las relaciones sexuales y el matrimonio interracial.
Sin entrar demasiado en la evolución de este sistema segregador (aquí tenéis más información), el principal propósito de este sistema era el mantenimiento de una situación de dominación de la minoría blanca (solo el 21 % de la población) sobre la negra. Ello provocó que a lo largo de su vigencia estuviera salpicado por diferentes episodios de violencia racial.
Sin embargo, entre los años 1990 y 1994, las tensiones entre la caída del apartheid y el avance de la democracia desataron una violencia mucho mayor y no solo entre movimientos radicales supremacistas blancos (como el AWB) y la población negra, sino también entre facciones de población negra.
Los enfrentamientos más cruentos se dieron entre el African National Congress (ANC), el partido de Nelson Mandela, promotor del fin del apartheid; y el Inkatha Freedom Party (IFP), el partido nacionalista zulú que buscaba mantener su poder acumulado en las reservas tribales de habitantes no blancos, conocidos como el Bantustán.
Durante estos años, los townships eran los principales focos de violencia. De hecho, gran parte de esta estaba promovida por el ANC, que alentó el linchamiento de colaboracionistas del régimen segregador y entre los que estaban los militantes del IFP. Una de las formas de justicia popular sumaria más terribles era el collar: se colocaban alrededor del cuello del sospechoso varios neumáticos impregnados de líquido inflamable y se les prendía fuego.

Un militante de ANC quema a un hombre en Soweto. Greg Marinovich.
Thokoza y Soweto eran dos de esos townships en permanente conflicto y el principal campo de actuación de la labor gráfica de Kevin Carter. Trabajaba para The Johannesburg Star, un medio que destacó por la cobertura gráfica de todas las atrocidades del régimen racista sudafricano y de las mencionadas explosiones de violencia entre facciones negras.
No estaba solo en estas coberturas, no aptas para estómagos débiles y al límite entre la vida y la muerte. Le acompañaban otros tres fotoperiodistas: Greg Marinovich, Ken Oosterbroek y João Silva. Los cuatro formarían el Bang-Bang Club.
Una mente alterada por la muerte y las drogas
Bang-Bang: expresión utilizada por los reporteros gráficos de guerra en Sudáfrica cuando tenían que cubrir las explosiones de violencia en los barrios segregados por el apartheid. Hace referencia al sonido de los frecuentes disparos.
Imagínense que durante más de 3 años su vida profesional se limitara a tomar fotografías de muerte, violencia, odio e injusticias. Que día tras día visualizaran un horror genuino, se expusieran a un peligro constante y que todo ello fuera sin descanso…
Bajo esa presión psicológica vivían los cuatro fotógrafos del Bang-Bang Club. Horas y horas de jornada laboral haciendo fotos de gente matando y muriendo.

El Bang-Bang Club.
Prácticamente debían convertirse en robots para que lo que fotografiaran no les afectara (demasiado). Tal y como afirma el escritor y periodista británico John Carlin en un artículo para El País, para hacer este tipo de trabajo es necesario estar hecho “de otra pasta”:
“La cámara funciona como una barrera que lo protege a uno del miedo y del horror, e incluso de la compasión”.
Kevin Carter fue alienándose paulatinamente y fusionándose con su cámara, dejando de lado sus sentimientos. Cuando avivaban los recuerdos tormentosos, ahí entraban las drogas…
Tal y como afirman el resto de componentes del Bang-Bang y colegas de otros medios que los acompañaban (como Judith Matloff), durante esos años se dormía poco y existía un acceso muy fácil y muy abundante a las drogas.
Kevin Carter las consumía de todo tipo, pero tenía especial predilección por una de diseño bastante extendida en ese momento en Sudáfrica: el White Pipe. Era una combinación marihuana y metacualona (un potente medicamento sedante-hipnótico) que se fumaba en pipa de cristal como las que se utilizan para fumar crack.
Esta droga ayudaba a Kevin Carter a sobrellevar la angustia que soportaba por todo lo que veía cuando hacía sus fotografías. Se había convertido para él en una especie de “anestésico emocional” que le permitía conciliar el sueño. En palabras de su amigo Reedwaan Vally:
“Las drogas le hacían sentir mejor. Gracias a ellas soportaba más este mundo y podía dormir por las noches. Tenía pesadillas. Soñaba con las víctimas, con la gente que fotografiaba. Soñaba que los muertos de repente abrían los ojos (…) Era evidente lo que estaba sucediendo, todos vimos como Kevin se sumía en una ‘oscura sima’. Las drogas eran su vía de escape”.

Fotograma extraído del documental “La muerte de Kevin Carter”. Canal+, 2004-2005.
Su integridad emocional pendía del consumo de drogas y de la ausencia de reflexión sobre lo que estaba haciendo… pero llegó marzo de 1993.
La foto de la náusea occidental
En marzo de 1993 Kevin Carter dejó temporalmente los townships de Sudáfrica y se fue a cubrir la terrible hambruna que estaba asolando el sur de Sudán.
Poco después de llegar a Ayod, realizó una de las fotografías que más controversia ha suscitado sobre los límites del periodismo. ¿Dónde termina la objetividad y empieza el activismo? ¿Cuál es la verdadera función de un reportero gráfico? ¿Es simplemente documentar? ¿Una foto deja de ser “periodística” si se altera la perspectiva para conseguir otro objetivo más allá del de “mostrar”?
Carter cogió su cámara. Seguramente cambio su objetivo por un teleobjetivo que le permitiera llegar más lejos. Y buscó lo que todo buen fotógrafo debe buscar: la mejor foto posible, la que más impacto pueda generar, la que mayor conciencia pudiera generar en una sociedad occidental inerte al sufrimiento más allá de sus fronteras.
Es curioso, debía hacer una foto que requería necesariamente una falta de compasión para realizarla, y a la vez debía despertar en el espectador la mayor compasión posible. Solo necesitó a una niña, un buitre y el frío profesionalismo que arrastraba de Thokoza y Soweto.

Ayod (Sudán), marzo de 1993. Kevin Carter.
Ese clic de la cámara le llevó a que su foto fuera publicada en la página 3 del New York Times el 26 de marzo de 1993, a ganar el Premio Pulitzer en abril de 1994 y hacia un camino sin salida con forma de pregunta: “Y después de hacer la foto, ¿ayudaste a la niña?”
Los buitres no estaban en Ayod
“El hombre ajustando su lente para lograr el encuadre perfecto del sufrimiento de la niña, bien podría ser un predador, otro buitre en la escena” (Scott Macleod, editorial en el St. Petesburg Times de Florida)
“Mucha gente era incapaz de apreciar la grandeza de la imagen porque en ella solo veían a Kevin negándole su auxilio a la niña. Si no se hubiera tomado esa foto, hoy en día seguiríamos ignorando que Sudán existe. (…) A mi juicio, quienes le increpaban y le preguntaban si debía haber ayudado a aquella niña, adoptaron una actitud cruel y malvada” (Paul Velasco, fotógrafo y editor fotográfico en diferentes medios de Sudáfrica)
Efectivamente, Kevin Carter no hizo nada para ayudar a la niña, pero conviene hacerse otras dos preguntas antes de generar falsos prejuicios: 1) ¿Conocemos la historia real detrás de la fotografía?; y 2) ¿Podría Kevin haber hecho la fotografía si hubiera ayudado a la niña?
Lo más curioso de la historia detrás de la fotografía es que es una demostración de la posverdad desde dos perspectivas distintas: desde la del autor y desde la del espectador. Carter, por su lado, alteró el significado de la fotografía para remover conciencias; por otro lado, los espectadores no supieron ver lo que quería transmitir Kevin… y eso, junto a la desinformación con respecto a lo que realmente sucedió después, fue un cóctel explosivo para el autor.
¿Estaba la niña muriendo? Sí, al igual que otros niños en condiciones de extrema pobreza en Sudán en los años 90. ¿Iba a morir inmediatamente después de tomar la foto? No. De hecho, cuando decimos que la foto es posverdad es porque, realmente, lo que cuenta se aleja mucho de lo que pasó realmente.
La realidad es que Carter jugó con la perspectiva generada por su objetivo. Muchos expertos dicen que lo más probable es que el buitre no estuviera tan cerca de la niña como parece, sino que la perspectiva de la foto es cercana al suelo y ello aproxima los objetos. Además, por si esto resulta poco convincente, la niña se había alejado para ir a cagar (esa posición media fetal era para hacer el esfuerzo que requiere). Así lo afirman Joao Silva y Luis Davilla, quienes también se encontraban en el lugar.
La niña era, en realidad, un niño. Se llamaba Kong Nyong y no de hambre. Falleció en 2008 a causa de “fiebres”, tal y como lo confirmaron al diario El Mundo quienes viajaron en busca del joven y encontraron a su padre.
Carter sabía que el niño había llegado a un Centro de Alimentación porque vivía en uno. Si ponemos atención a la foto, veremos una pulsera de plástico, de un centro de ayuda humanitaria de la ONU, en la mano derecha del niño. Él sabía la verdad, pero prefirió ocultarla para que su foto generara un mayor impacto sobre las conciencias de los espectadores.
Suicidio
A pesar de que el New York Times el día después de la publicar la foto señalara que “la niña no murió”, los prejuicios superaron a la realidad. La sociedad occidental necesitaba un culpable para redimirse de su falta de empatía con Sudán, y ese culpable era Kevin Carter.

Recorte de la nota aclaratoria publicada por The New York Times.
Durante numerosas entrevistas y charlas posteriores a la publicación de la fotografía, a Kevin le acosaron con la pregunta ¿por qué no ayudaste a la niña?
El tormento acumulado por las imágenes que había tomado a lo largo de toda su vida y un uso excesivo de drogas, todo ello combinado con la muerte de Ken Oosterbroek, miembro del Bang-Bang Club y uno de sus mejores amigos, seis días después de comunicarle que había ganado el Pulitzer, fueron suficiente detonante para que unos meses después Kevin decidiera suicidarse.

Ken Oosterbroek yace sin vida. Township de Thokoza (Johannesburgo, Sudáfrica). João Silva.
Fue el 27 de julio de 1994 en Parkmore, un parque cercano a Johannesburgo donde jugaba de pequeño, inhalando el monóxido de carbono de su propio coche.
Esta es la nota que dejó en el asiento de copiloto:
I’m really, really sorry. The pain of life overrides the joy to the point that joy does not exist. …depressed … without phone … money for rent … money for child support … money for debts … money!!! … I am haunted by the vivid memories of killings & corpses & anger & pain … of starving or wounded children, of trigger-happy madmen, often police, of killer executioners … I have gone to join Ken if I am that lucky.
Lo siento, lo siento de verdad. El dolor de la vida anula la alegría hasta el punto de que la alegría no existe… Deprimido… Sin teléfono… Sin dinero para el alquiler… Sin dinero para mantener a mi hija… Sin dinero para las deudas… ¡¡¡Dinero!!!… Me persiguen los vívidos recuerdos de asesinatos, cadáveres, ira y dolor… De niños hambrientos o heridos, de hombres malvados de gatillo fácil, a menudo policías, de verdugos asesinos… He ido a unirme a Ken, si tengo esa suerte.
Su legado no es solo numerosas fotografías documentando el horror que el propio ser humano produce, el legado de Kevin Carter es, sin lugar a dudas, las vidas que salvó al remover el estómago con sus fotografías.
Más información:
- Libros
- El club del Bang Bang: instantáneas de una guerra encubierta (Barcelona. Grijalbo, 2002)
- Artículos
- El «buitre» de Kevin Carter, a escena (artículo Israel Viana para ABC, 03/03/2010)
- La fotografía de la pesadilla (artículo de John Carlin para El País, 18/03/2007)
- Who was Kevin Carter? (artículo de Roberto Baldizon en la web medium.com, 23/03/2019)
- Carter no se suicidó por esta foto (artículo de José M. Arenzana y Luis Davilla para el suplemento de El Mundo “Crónica”, 25/03/2007)
- El trágico fotógrafo de la tragedia (artículo de Óscar Fábrega para La Voz de Almería, 18/11/2018)
- Vídeos
- La muerte de Kevin Carter (documental para Canal+, 2004-2005)
- Kong Nyong, el niño que sobrevivió al buitre (documental para El Mundo, 22/02/2010)
- Recursos web
- Wikipedia (varias fuentes)
- Real Academia Española
- https://psicologiaymente.com/
- https://risingsunlenasia.co.za/
Fotografía de cabecera:
- Rebecca Hearfield toma una fotografía de Kevin Carter. Fuente: allthatsinteresting.com